lunes, 28 de enero de 2013

Conclusiones inconexas

No hay nada más relajante que un baño de burbujas. Sumerjo la cabeza para mojar mi pelo, desconecto.
Todo es tan tranquilo aquí abajo, pero dura lo que mis pulmones necróticos me permiten. Apuro los últimos segundos y vuelvo a la realidad, me deshago de los restos de espuma de los ojos.
Suena el teléfono.
Maldigo a mi inconsciencia por haber dejado el móvil en la habitación. Rápidamente cojo una toalla, me la ato a la cintura y descalzo intento no morir en el trayecto del baño a mi habitación al ritmo de "End of time" de Beyoncé.
- ¿Quién es? - con las prisas no me fijo en quién me llama, pero me puedo hacer una idea.
- Hola Joaquín, soy Oscar.
- ¿Qué tal? - sonrío - ¿qué me querías decir esta tarde cuando me llamaste? - con el móvil sujeto con el hombro izquierdo termino de secarme y me calzo los primeros bóxer que encuentro.
- Bueno, verás. Me gustaría que fueras precavido a la hora de llamarme...
- ¿Cómo? No entiendo... - el frío recorre todo mi cuerpo.
- Tengo novio y si somos imprudentes nos podría pillar. Me lo pasé genial la otra noche contigo y, la verdad, me gustaría repetir - sonríe el maldito patán - esta noche estoy libre si te apetece.
Cuelgo sin decir una sola palabra, me siento. Con la mano rebusco a ciegas mi caja de tabaco y enciendo uno. Entre calada y calada rememoro la conversación: "si somos prudentes nos podría pillar", "me gustaría repetir", "tengo novio"...
- Hijo de puta...

miércoles, 23 de enero de 2013

La esperanza de un sueño

Llego a casa lo más rápido posible, las prisas provocan que me tenga que desnudar a mitad de trayecto, me deshago de bufanda, chaqueta y guantes; y aún así sigo teniendo calor. Pienso lo estúpido que puedo llegar a ser, lo rápido que cambio de opinión.
El calor del hogar y ese dulce olor a vainilla me envuelven, me encanta que huela así. Me descalzo, lanzo un zapato a cada extremo del salón. "Ventajas de vivir solo" pienso, ya cuando me aburra los recogeré sin tener que preocuparme por los gritos de una madre o un compañero obsesionados por el orden. Me regodeo en mi pensamiento vaciando el contenido de mi mochila en el sofá, cojo el teléfono móvil y la pitillera de entre el desorden que se acaba de formar en un momento.
Me enciendo un cigarro, doy la primera calada y busco en la agenda el número de Oscar con un ansia que hace apenas media hora desconocía.
Llamando...la eterna espera me da tiempo a pensar en invitarlo a cenar, dar una vuelta o cualquier tontería. De este modo podré saber algo más de él a parte de su físico y las dimensiones de su...
- ¿Quién es? - contesta esa voz otra vez sacándome de mi ensimismamiento, cada vez que la oigo me doy más cuenta de que tenía razón en que quizá fue su voz varonil lo que le dio acceso a mi cama.
- Hola Oscar, soy Joaquín, acabo de oír tu mensaje.
- Ah - su voz cambia al saber quién soy, se torna nerviosa - ¿te importa si te llamo más tarde? Es que ahora estoy un poco liado - su tono disminuye hasta convertirse en un susurro.
- Claro, no te preocupes. Estaré esperando - sonrío.
Cuelgo, apuro las últimas caladas de mi cigarro y lo apago contra el fondo del cenicero.
Ahora solo queda esperar.

Dudosa decisión

Sin saber cómo llego al portal del edificio. Salir de casa ya se ha convertido en un proceso tan rutinario y monótono que lo realizo sin siquiera percatarme, solo pienso. Cojo los auriculares, los conecto a mi móvil...un mensaje en el buzón de voz...no es el momento, pongo música y continúo caminando sin saber a dónde.
Pienso en Oscar y en todos los hombres que he eliminado de mi vida tras cederles el 50% de cama por una noche. Quizá ha legado el momento de encontrar a alguien con quien compartir algo más que una noche de borrachera y consecuente sexo.
Entre alarde y agonía me arrepiento de haber metido su número en la lavadora... ¿Qué probabilidad hay de que la tinta de un bolígrafo sobreviva al programa "lavado rápido"?
Llego al parque que está a cinco minutos de casa, me siento en el césped y me convenzo de la existencia de una posibilidad de supervivencia para la dichosa nota.
Recuerdo el mensaje en el buzón de voz, paro la música y escucho el contestador con los auriculares puestos...

Tiene un mensaje nuevo - vacilo imitando la voz.
- Hola Joaquín - se me para la respiración por un segundo al escuchar esa voz - soy Oscar, necesito hablar contigo, cuando puedas llámame.
No hay más mensajes - esta vez no digo nada, me he quedado mudo.

Mientras Oscar intentaba llamarme hoy, yo borraba su número de teléfono de una forma no menos peculiar. Me repito una y otra vez lo estúpido que fui, guardo esta vez el número de teléfono en mi agenda y vuelvo a casa corriendo con la intención de hablar tranquilamente con él.

miércoles, 16 de enero de 2013

Solo desafinado

Con los ojos cerrados y la menor intención de abrirlos alargo la mano desesperadamente para agarrar ese maldito despertador que no calla y lanzarlo por la ventana.
- Estoy despierto, cállate ya - miento mientras lo agarro y busco tras el complejo aparato el dichoso botón de apagado.
Tras un largo forcejeo con mi archienemigo consigo vencer, me incorporo en la cama y me veo reflejado en el espejo.
- Joder, tengo que cambiar ese espejo de sitio - mis primeras palabras del día, pero muy sabias per se. Rehuyo del reflejo del espejo como si del retrato de Dorian Gray se tratase y corro a la cocina.
Preparo una cafetera y, mientras tanto, me doy una ducha instantánea. Me visto y me miro al espejo, ahora con un aspecto menos desaliñado.
Suena el teléfono, pero estoy demasiado ocupado deleitándome con mi café. Busco en mi mochila un cigarro, debato conmigo mismo la diferencia de sabor de un café solo a uno acompañado de un cigarro. Ajá, encontré la caja, pero está vacía. Apuro los dos últimos sorbos de la taza, recojo la mochila, el móvil y sobre el escritorio, entre un vórtice de entropía compuesto de papeles, encuentro aquella nota de Oscar con la que aún no había decidido qué hacer. No consigo entender la razón, pero meto la nota en mi bolsillo. Al darme la vuelta tropiezo con una enorme montaña de ropa sucia, suspiro.
Cojo las sábanas de la cama, la montaña de ropa y la nota de Oscar de mi bolsillo; lo meto todo en la lavadora y la pongo a funcionar.
No hay nadie en mi cama, nadie que no pueda cambiar con las sábanas.

lunes, 14 de enero de 2013

Entre alarde y agonía

Despierto entre restos de alcohol y vergüenza, consigo reconocer mi habitación, pero extrañamente no la cabellera rubia tumbada al otro lado de la cama.
Me levanto descubriendo mi enorme resaca y su consiguiente dolor de cabeza. Intento hacer el menor ruido posible, mientras buceo en las enormes lagunas mentales de la noche anterior para recordar el nombre de la persona que ocupa la otra mitad de mi cama. Rebusco entre los cajones alguna pastilla que haga desaparecer el dolor de cabeza.
Llego al baño entre flashbacks de la noche anterior, pero no reconozco a la cabellera rubia en ellos.
Me lavo la cara con agua helada con el fin de volver a la realidad y esta me sorprende con un abrazo de mi compañero de cama de la noche anterior.
Mierda, aún viendo su cara ni siquiera recuerdo su nombre, y me desconcierta con un beso en la mejilla y un "buenos días" con una voz grave y viril. "Quizá eso le dio acceso a mi cama", no puedo evitar pensar.
Con un tímido buenos días le respondo, pero no devuelvo su beso. Se me nota en la cara que no recuerdo nada.
- ¿Te importa que me duche? - pregunta mientras yo escapo a hurtadillas del baño.
- No. Espera, te traigo una toalla - al entrar en la habitación encuentro su ropa, nada, ni una pista; cojo la toalla y se la alcanzo.
- Gracias - me guiña el ojo.
Sonrío, o eso creo, pero demasiado forzado. Esquivo su invitación a una ducha juntos y corro a la cocina.
- Oye - me grita desde el baño - ¿quieres que vayamos a desayunar algo?
Sonrío, esta vez no es forzada. Duerme en mi cama y me invita a desayunar.
- No, gracias. Hoy estoy liado - miento, con esta resaca pasaré el día en la cama.
Bebo agua en lo que él recoge sus cosas, se viste y me encuentra en la cocina.
- Bueno, me voy ya.
- Te acompaño a la puerta.
- Muchas gracias por acogerme - sonríe con cierta picaresca.
- Un placer - siempre lo es, aunque no lo recuerde.
- Ya hablamos.
- Sí, claro - aunque no tengo su número, ni la intención de pedírselo.
Y cierro la puerta antes de que alcance a darme un beso de despedida.
Respiro hondo.
- Corramos un tupido velo - digo a sabiendas de que nadie me escucha, es hora de volver a la cama.
Y en mi habitación encuentro, sobre un edredón arrugado, un folio doblado con un nombre y un número de teléfono escritos.
- Bonita letra, Oscar.