miércoles, 16 de enero de 2013

Solo desafinado

Con los ojos cerrados y la menor intención de abrirlos alargo la mano desesperadamente para agarrar ese maldito despertador que no calla y lanzarlo por la ventana.
- Estoy despierto, cállate ya - miento mientras lo agarro y busco tras el complejo aparato el dichoso botón de apagado.
Tras un largo forcejeo con mi archienemigo consigo vencer, me incorporo en la cama y me veo reflejado en el espejo.
- Joder, tengo que cambiar ese espejo de sitio - mis primeras palabras del día, pero muy sabias per se. Rehuyo del reflejo del espejo como si del retrato de Dorian Gray se tratase y corro a la cocina.
Preparo una cafetera y, mientras tanto, me doy una ducha instantánea. Me visto y me miro al espejo, ahora con un aspecto menos desaliñado.
Suena el teléfono, pero estoy demasiado ocupado deleitándome con mi café. Busco en mi mochila un cigarro, debato conmigo mismo la diferencia de sabor de un café solo a uno acompañado de un cigarro. Ajá, encontré la caja, pero está vacía. Apuro los dos últimos sorbos de la taza, recojo la mochila, el móvil y sobre el escritorio, entre un vórtice de entropía compuesto de papeles, encuentro aquella nota de Oscar con la que aún no había decidido qué hacer. No consigo entender la razón, pero meto la nota en mi bolsillo. Al darme la vuelta tropiezo con una enorme montaña de ropa sucia, suspiro.
Cojo las sábanas de la cama, la montaña de ropa y la nota de Oscar de mi bolsillo; lo meto todo en la lavadora y la pongo a funcionar.
No hay nadie en mi cama, nadie que no pueda cambiar con las sábanas.

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